No tengo especial confianza en el destino del ser humano. En general, el mundo vegetal y animal me maravillan solemnemente y me crean mayores esperanzas y alabanzas que la propia humanidad. Pero a veces hay actos que me descolocan y me reabren aquella brizna de deseo que me desborda de veneración ante los actos desinteresados.
Hace unos meses nos anunciaron que la orquestra sinfónica y el coro del Instituto Rudolf Steiner de Loheland, Alemania, venían a Catalunya para hacer una gira y captar fondos para ayudarnos en la ampliación de nuestra escuela. Creo que no fui consciente de la magnitud de tal gesto hasta que llegué a la plaza de Manlleu para ver el concierto que habían organizado en la plaza mayor y empecé a ver desfilar más de 70 adolescentes cargados con instrumentos y predisposición a tocar a pesar de la lluvia. Tuvieron que situarse bajo unas arcadas mientras algunos asistentes hacían más ruido que la propia tormenta e, incluso en aquellas condiciones, nos deleitaron con un repertorio en el que voces e instrumentos se tornaron pura magia. Melodías que provenían de la entrega desinteresada de alumnos alemanes que estaban allí por nosotros, canciones que pretendían acompañarnos en el difícil camino de hacer una escuela mejor para nuestros hijos e hijas.
La mayoría de las familias de la Font acogimos a aquellos alumnos y durante 4 días hemos compartido casa, comida y agradecimientos mútuos. Nosotros hemos tenido la immensa suerte de aprender de Daniel, Ron y Johanna, y a pesar de las incomodidades de compartir un espacio tan pequeño como nuestro piso, hemos vivido una experiencia inolvidable. Nael y Ainara han conocido otra manera de hacer, se han divertido con ellos y les han ofrecido todo lo que tenían, incluído habitación, armario y hasta predisposición por cambiar sus hábitos.
En casa hemos tenido la oportunidad de ver lo positivo que resulta la pedagogía Waldorf, la capacidad para las lenguas de los estudiantes, las artes, las ciencias, la tecnología y la comunicación humana. Y cuando vimos que con más de 70 alumnos entre 15 y 20 años apenas viajaban 2 profesores, nos dimos cuenta de muchas otras cosas.
Pero como todo tiene su fin, hoy tocaba despedirse. Nuestros alumnos y el coro han cantado algunas canciones para cerrar tal hermosa vivencia y después nos hemos abrazado para desearles lo mejor.
Hoy soy más feliz que ayer, me siento muy afortunado y agradecido por estos momentos y más convencido que nunca de la necesidad de una educación que sepa realzar aquello que los alumnos llevan dentro.
* Fotografías por cortesía de Joan Camp
No Comments