La naturaleza desarrolla su potencial en base a 3 factores: espacio, agua y materia orgánica. La combinación de estos elementos generan un patrón de fertilidad, convirtiendo todos ellos en vectores limitantes para el crecimiento vegetal. A lo largo de la historia toda alimentación humana procedía de una cadena energética renovable en la que extraer más de lo que podíamos nos condenaba al agotamiento del suelo y la consiguiente desaparición del asentamiento humano.
Como seres que razonan hemos ido creando distintas estrategias para subsanar este déficit: la importación de nutrientes de otros ecosistemas (agua / suelo / materia orgánica), el labrado del suelo, la quema, la ampliación del territorio, etc. Distintas estrategias con el mismo fin: seguir creciendo en detrimento de las capacidades regenerativas de nuestros propios suelos para soportar el nivel poblacional estimado.
El último truco de la humanidad, la transformación de aire en comida mediante un alto consumo energético, fue la llave que desencadenó el mundo actual globalizado y destructor. Es difícil encontrar otro descubrimiento humano que haya causado tanta destrucción como el de crear fertilizantes sintéticos, ni siquiera la guerra nuclear puede equiparase al daño biológico que ha creado nuestro plato de comida basado en el cereal. Esta barrera física solo es posible romperla mientras dispongamos de abundante gas… y eso va llegando a su fin…
A pesar de que la mayoría de voces nos alertan de que las siguientes guerras serán por el agua, permitirme discrepar y vaticinar un futuro distinto:
El agua es indispensable, claro está. Pero el agua tiene ciertos ciclos a los cuáles podemos empezar a adaptarnos. Podemos mover los cultivos de temporada, aprovecharlas mejor y cultivar mucho menos en verano, producir con menor consumo hídrico, cambiar a variedades más rústicas, ser mucho más eficientes en su uso u otras estrategias. Todo ello es posible siempre que mantengamos una mínima disponibilidad de agua.
Pero para que el agua transporte nutrientes, necesitamos materia orgánica. Ésta permite almacenar nutrientes en los suelos de manera estable y, sobretodo, agua (físicamente, permite almacenar 10 veces su peso en agua). La materia orgánica es el alimento para toda la vida del suelo, es indispensable para que la vida prospere. Un suelo sin materia orgánica es un sustrato muerto. No es viable por mucho que insistamos. En realidad, sistemas productivos de hidropónico o aerpónico necesitan no solo agua y espacio, sino nutrientes en formato soluble.
Llegados a este punto podemos ver que hoy en día tenemos distintas maneras de proveer nutrientes a nuestros cultivos:
- Mediante abonos químicos
- Mediante abonos verdes (el barbecho también lo es)
- Mediante estiércol / compost
Los abonos químicos son básicamente la transformación de petróleo y gas y cada vez son más caros, por lo que el precio de la comida va a subir ineludiblemente a pesar de tener menos nutrientes año tras año (se estima que las hortalizas tienen hasta un 50% menos de minerales hoy en día que hace 40 años). El futuro no es nada halagador, es una manera de fertilizar cara y con un enorme impacto ambiental y basados en recursos físicos no renovables.
Los abonos verdes, también el barbecho, implican destinar semillas, tiempo, energía y espacio en restaurar la fertilidad. Son una gran estrategia pero que implica producir menos ya que el espacio y tiempos disponibles se reducen. En ecosistemas con una pluviometria regular, esta estrategia es más factible y tiene mayor posibilidades, ya que los procesos de humificación se dan de manera más regular a lo largo del año, la microbiología está más activa. Sin embargo, no todos los alimentos que producimos pueden generarse con abonos verdes con la reserva de materia orgánica que tienen nuestros suelos europeos (alrededor de menos de un 1%). Así que deberíamos olvidarnos de patatas, calabaza, melón, calabacín, ciertas variedades de coles…
El estiércol y el compost parten de materia orgánica seca y materia orgánica rica en nitrógeno, habitualmente estiércol o restos de cultivos. Esta fuente energética es renovable siempre y cuando la base del estiércol no proceda de la primera fuente, los abonos químicos. Y aquí está el quid de la cuestión: el cuello de botella del sistema agroalimentario sigue siendo el consumo de nutrientes. El estiércol que suele llegarnos a las granjas, también ecológicas, parten de paja, grano y heno que procede también gracias al petróleo. Dicho de otra manera, esta necesidad está cubierta de nuevo gracias a los abonos químicos
El otro día visitaba una granja donde producían enormes cantidades de maravilloso humus de lombriz ecológico. Toneladas de nutrientes pero que partían del mismo paradigma: en algún lugar se labraban tierras, sembraban, fertilizaban, se esparcían herbicidas, recolectaban, procesaban y separaban el alimento y finalmente se transportaban para el ganado, el cuál lo comía, transformaba en energía y excremento (habitualmente con pérdidas mayores del 90%) y finalmente acumulábamos estiércol para ser futuro humus de lombriz. Una cadena de despilfarro energético como pocos…
Ahora nos imaginamos que esto mismo sucede con mayor consumo energético para alimentar omnívoros: gallinas, cerdos y pollos requieren todavía una mayor ingesta de alimentos procedentes del petróleo. Cualquier persona que tenga un par de gallinas sin duda aportará un grano que difícilmente ha conseguido hacer.
Así pues, el futuro de la agricultura no pinta bien. La fertilidad necesaria para alimentar toda la población con fertilizantes sintéticos es inviable y no parecemos preparados para hacerlo con fertilizantes orgánicos.
Estrategias desde la permacultura
El diseño permacultural parte de la observación, los límites y los recursos disponibles para analizar y después diseñar estrategias. A cualquier escala hay distintas estrategias para asegurarnos la viabilidad de nuestro plato de comida más allá del compostaje de los residuos de la comida.
Para empezar, mirar el patrón natural: no hay ecosistema vegetal sin animales. Estos seres, especialmente los rumiantes, son la llave para generar fertilidad mediante la simbiosis con las praderas, una de las pocas posibilidades para regenerar los suelos desde abajo y desde arriba y sin entradas externas. Incorporar animales que no requieran grano adicional y que puedan almacenar y mover la fertilidad es esencial. Los animales requieren ciertos cuidados y hay que cubrir sus necesidades pero cuando se realiza coherentemente, los espirales de regeneración empiezan a aflorar. Incorporar omnívoros (las gallinas son uno de los sistemas más usados en la autosuficiencia) no siempre es buena idea. A menos que no tengamos exceso de residuos y restos de otras fuentes (cocina, colegio, producción de fruta, pasto, etc.) implicará comprar grano y seguir ligado a la importación de nutrientes; o bien renunciar a una puesta constante y dejar que se autorregulen.
En segundo lugar, detectar pérdidas energéticas en el vecindario / biorregión. Uno de los pilares del diseño debería ser la búsqueda de industrias, granjas o núcleos cercanos que puedan generar residuos. Un residuo es un flujo energético que genera un elemento y sistema que no es aprovechado por otro elemento o sistema. Cartón, paja, semillas, virutas, residuos de poda o comida, cáscaras de fruta, hierba cortada, papel, lana… todo vale con tal de crear materia orgánica. Aunque cada fuente generará un potencial ambiente en los suelos (más bacteriano o más fúngico según la cantidad de ligninas o celulosas), toda aportación será buena a la larga. Aprovechemos esta situación mientras haya exceso de energía barata. El acopio y transformación de residuos orgánicos puede ser la base inicial sobre la que arrancar, pero no puede ser algo a lo que recurrir habitualmente.
En tercer lugar, potenciar los espacios de exportación de materia orgánica y nutrientes. No me canso de buscar espacios donde se genere mayor fertilidad per se. Habitualmente son espacios convexos o limítrofes que almacenan un mayor grado de humedad, residuos vegetales y minerales. Son lugares donde hay que elevar su potencial participando de esa acumulación para luego moverla y exportarla a otros lugares. Identificar qué plantas perennes o animales crecen mejor en ese sistema e incorporarlas para aumentar el espiral de creación es una estrategia que nos funciona. En nuestro caso, situar parcelas de decenas de consueldas, mezcladas con tanacetos y saúcos, plantas que no necesitamos regar y que podemos ir cortando varias veces al año y mover el resto fácilmente para añadir materia orgánica donde más falta haga.
Por último lugar, no olvidemos la cantidad de nutrientes que tienen las heces humanas. Si antaño fueron el pilar de la fertilidad en Asia, hoy en día se ha perdido su uso casi por completo. Evidentemente requieren un proceso controlado y hasta cierto punto técnico para ser compostados y usados, pero el estiércol humano tiene gran cantidad de nutrientes que deberíamos volver a incorporar al ciclo biológico de la fertilidad.
Para cerrar el artículo, me gustaría saber y compartir ¿qué otras fuentes de materia orgánica creéis más fiables y accesibles en un futuro a medio plazo?
1 comentario
La verdad es que el futuro no parece nada halagüeño. En los últimos años todo son problemas. Crisis, guerras, carestías de una u otra cosa. En fin… a ver cuándo levantamos cabeza.