No me refiero a qué pasará después del confinamiento por el Covid19, estoy hablando de la verdadera nueva normalidad, de las consecuencias de la progresiva crisis energética y económica. Empíricamente, el único modelo posible a medio y largo plazo es el decrecimiento, no hay vuelta atrás. Cada vez estamos teniendo mayores dificultades para obtener energía barata y de fácil almacenamiento y este declive será cada vez más exponencial. Hay mucho material divulgado sobre los cenit de extracción de energía y materiales, pero si no tenéis suficientes datos, os recomiendo los primeros minutos de esta charla de Luis Gonzalez.
Las ciudades son espacios cada vez más insalubres debido a la calidad de su aire, agua y comida. Son epicentros del sector servicios e industrial, cada vez con menor futuro como consecuencia de la escasez energética. En gran parte de Europa el goteo de personas que marchan al campo ya ha empezado, conscientes del inminente relevo hacia una sociedad agroecológica, centrada en cubrir sus necesidades básicas con el menor despilfarro energético. Con el tiempo serán necesarias la relocalización de la salud y la educación y el progresivo desmantelamiento de las zonas industriales, con escasa afluencia debido a los despidos generalizados. La industria que quede tendrá que reinventarse o, más bien, poner el foco en producir aquello verdaderamente esencial y reparable y que pueda construirse con materiales lo más cercanos posibles. Los conocimientos tradicionales se mezclarán con la tecnología y mecánica más eficientes para producir lo básico: sistemas de almacenaje de agua, bombas, ropa, calzado, herramientas manuales…
En este nuevo paradigma, la mayoría de personas deberán cambiar de profesión, no solo de residencia. Esta futura sociedad va a necesitar mucha más mano de obra para producir lo esencial, la comida. Caerán por su propio peso las macrogranjas de animales, inyectadas de soja de otros continentes. Volveremos a comer mucha más carne de rumiantes, fácilmente alimentados con pastos y movidos siguiendo pastoreos regenerativos, y comer omnívoros (aves y cerdos), volverá a ser un lujo puntual y muy ocasional. Las cocinas sustituirán los obradores para conservar la energía alimentaria y recuperarán su posición como estancia principal de la casa, arrinconando los salones donde ahora consumimos principalmente ocio. Las despensas desconectarán las neveras para tener nuestros estómagos calientes. Los quesos, mantequillas, embutidos y otros transformados dejarán de ser un despropósito energético y burocrático y se basarán en la climatología del lugar y las posibilidades de conservación. Comeremos menos cereales, quienes han modificado todo nuestro paisaje, y la comida ya solo será intrínsecamente local y de temporada. Las especies volverán a tener sus rutas y con ellas el comercio de lo esencial. Las huertas y frutales van a colonizar los solares abandonados, volverán a rodear las poblaciones como murallas a la hambruna. Y la chimenea de leña será el corazón de los cuidados del hogar.
Volviendo al título del artículo, lo que veo crucial es empezar a concienciar a las personas de esta realidad cercana (más de lo que creemos). Vidas más sencillas pero que requerirán mucha más energía física por nuestra parte para cubrir las mismas necesidades como hasta ahora hemos hecho. Menos tiempo de consumo y mucho más para producir y cuidarnos. Renunciar a la secadora, a las placas de vitrocerámica, al secador o incluso al café de cápsulas. Las lecturas y encuentros familiares se agruparán en periodos de menos trabajo, momentos de calidad que nos inspirarán todo el año. Nuestro modo de vida actual conlleva una gran deuda ambiental, y ahora nos tocará empezar a pagarla. ¡Y con intereses climatológicos y de conocimientos!
Lamento no identificar ningún tipo de políticas para ofrecer alternativas y dignificar la vida en el campo. Necesitamos urgentemente que entidades se pongan a trabajar en el escenario más probable, a transmitir que nuestras vidas cambiarán y que una gran parte perderemos nuestros privilegios sociales y económicos. Porque será muy doloroso y tendremos que acompañarnos unas a otras… Aprenderemos a renunciar por la fuerza, a ser más resilientes.
Es penoso que no haya una gran parte de la administración rediseñando nuestros sistemas, nuestros modos de vida, productivos y reproductivos. Hay que empezar a sacarnos la máscara de la impagable deuda, del indiferente capitalismo. Tenemos que inspirarnos en modelos que sí funcionan, en personas que ya están viviendo de manera distinta. En los campos de la soberanía alimentaria, pero también en el social, en el lúdico, en los cuidados o en la energía.
Debido a la gran pérdida de conocimientos locales, habrá que imaginar y fundar escuelas públicas de vida y de oficios antiguos, pensadas para todas las edades. Espacios donde se enseñe a trabajar con las manos bajo otra mirada y donde se propague la facilitación, las curas y el arte del alimento. La bioconstrucción y la mecánica serán compartidas, coser y guardar semillas nos darán mayor motricidad fina, nuestra alimentación será más nutritiva y sana. Se tejerán redes espontáneas vecinales y comunales, ayudas imprescindibles para hacer la transición.
El trabajo de Jim Bendell con la Adaptación Positiva Profunda me parece esencial para acompañarnos en este camino: Restauración, Resiliencia, Renuncia, Reconciliación. Permacultura Íbera ha estado potenciando esta mirada y quizá es la única entidad que está ofreciendo estrategias para adaptarnos personalmente al cambio.
Ante todo, deberemos cuidarnos y apoyarnos mútuamente. Acompañarnos en el duelo de lo que vendrá y crear resiliencia social y emocional. Porque una vez hayamos transitado el camino del apagón energético, existe un horizonte lleno de luz.
1 comentario
Sergi, con todo el respeto y el cariño del mundo, creo que hay grandes errores en tu artículo y en tus planteamientos…
Te paso mi respuesta en un chat a alguien que decía que este era «un buen artículo»:
Yo soy un enamorado de la vida en el campo. En él vivo desde hace décadas y he llevado adelante muchos proyectos y construcciones, incluyendo la autosuficiencia. No concibo ni mi vida, ni la vida, si no es en el campo y por supuesto, en torno al respeto a la naturaleza y la agro ecología…dicho esto, creo que el artículo y su argumentario de fondo, es profundamente erróneo. No estamos exactamente ante una crisis de escasez de energía. Las previsiones más pesimistas sobre las reservas de hidruro de metano, o hidrato de metano, son algo así como diez veces las que han existido en toda la historia conocida de gas natural, petróleo y carbón juntas. solo las reservas de carbón estimadas, darían para seguir consumiendo al ritmo anterior al Covid, durante cien años más…Para colmo, no he encontrado a nadie con conocimientos profundos, que niegue en una una década (2030) tendremos reactores de fusión nuclear de hidrógeno funcionando y ello supondrá tener disponible una cantidad de energía tan grande que en estos momentos, es difícilmente conmensurable…Por tanto, la premisa de que no tenemos energía, no es acertada. Puede que lo que tengamos es falta de otra cosa. Por si fuesen poco, están pareciendo elementos dentro de la ciencia y la ingeniería que son verdaderamente revolucionarios y que nos están abriendo campos inmensos. Como la reutilización de los residuos nucleares para un nuevo tipo de pilas de larguísima duración, o la fabricación de grafeno a muy bajo coste, que pueden revolucionar aún más las cosas. Pero insisto, nada de eso quit para que yo valore y elija la vida rural, como vengo haciéndolo desde hace más de cuatro décadas… Las cosas, me parece que hay que argumentarlas con datos solidos…Y si dudan de lo que digo, puedo pasar algunos enlaces. aunque tengo la duda de que este sea el chat adecuado, a pesar del artículo que está provocando mi respuesta…