Existe un tipo de empresa que se ha puesto de moda. Un tipo de negocio que incrementa sus beneficios año tras año y que no tiene reparos en crecer sin control. Empresas que absorben lo que les rodea y que son capaces de generar fieles clientes con un simple anuncio que nos cuenta una historia que nos genera una emoción.
Hace un tiempo que las cerveceras lideran un tipo de política publicitaria: han puesto el ojo en empezar a patrocinar todo encuentro que conlleve aglomeraciones de gente, pero especialmente todo aquello que ya tiene éxito, apuestan siempre a caballo ganador. En Catalunya tenemos el caso particular de una gran marca que se ha dedicado a monopolizar cualquier tipo de evento que huela mínimamente a ocio: fútbol, conciertos y fiestas. Ha llegado un punto que hasta la mayor parte de fiestas de barrio de Barcelona, como las fiestas de Gràcia, se han visto colonizadas por el rojo de la marca. Y todos felices disfrutando de nuestros gorros regalados pero que jamás compraríamos, nuestras camisetas de 3 lavados y esperando su anuncio anual del verano para luego descargar una canción que hace años que nadie prestó atención.
Más cercano a mi casa tenemos el caso de otra macroempresa que se dedica a la «alimentación». Una empresa que hace comida prefabricada y nos enseña una abuela que cuidad a sus nietos pero que incluso tiene que rodar sus anuncios en otra comarca porque ha destrozado el paisaje donde se encuentra, que absorbe cualquier fábrica de piensos y compra cualquier terreno en el que pueda verter sus tóxicos del exceso de cerdos. Una gran compañía a la que la gente le tiene miedo pero que los políticos alaban.
Si cambiamos de sector, también podemos hablar del sector bancario, donde la crisis ha sido un fácil pretexto para acelerar los monopolios y las absorciones. Si antes teníamos 45 cajas de ahorro entre las que elegir, ahora hay poco más de 14. Todos estos movimientos por supuesto son después de que nosotros paguemos los errores de otros, y han generado todavía más pobreza y miseria; incomprensiblemente la mayoría de clientes han permanecido fieles a su entidad. Quizá sería más correcto calificarlas de asociaciones de trileros en lugar que entidades bancarias, porque de guardar el dinero a buen recaudo no tenían ni idea, pero de engañar a la gente, parece que algunos sí sabían mucho…
Y la verdad que me sorprende que todavía en 2014 los directivos de estas macroempresas no sean más listos y no vean la gran oportunidad que tienen: liderar un cambio en sus producciones y servicios de una manera más ética, limpia, ecológica y ejemplar. Podrían ser empresas de las que sus trabajadores estuvieran orgullosos, de las que mejoraran el mundo para las futuras generaciones. Servicios y proyectos que alimentaran de verdad, que fomentaran la recuperación del medio ambiente y la salud y la ética en la sociedad. Macroempresas a las que querríamos ayudar y comprar, empresas que apostaran por generar valor. Y que no necesitarían anunciarse en televisión contando tonterías, sino que podrían limitarse a contar la verdad.
Pero mientras no lo hagan, lo más sensato es no comprarles, no usar sus servicios. Que se den cuenta que la prostitución que ejercen es la que realmente debería prohibirse. Muchas personas ya auguraron un futuro de corporaciones; pero estoy seguro que se quedaron cortos cuando pensaron en lo rápido que llegaría y lo fácil que les ha resultado comprarnos. En plena era de la información, estamos más manipulados que nunca.
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